¿Dónde encontrar la emoción, si ya es la cuarta maratón que haces
en tu vida y si la corres por la ciudad que conoces palmo a palmo?
Alguno pensará: “pues en enfrentarte otra vez a la mítica
distancia de 42.195 metros, ¿no es suficiente?” Sí, pero no. El
interés, esa cosa por la cual la maratón engancha y te hace
disfrutar, en este caso lo tienes que buscar en otro sitio. ¿Dónde? Pues si la
primera maratón fue como ponerte delante de un animal salvaje al que
tenías que domar, y al final, con miedo, con dolor, con mucho
esfuerzo lo logras hacer tuyo. La cuarta es como correr 42 kilómetros
junto a un lobo que has domesticado pero que en cualquier momento
puede recordar su origen salvaje y destrozarte. Ahí está la
emoción, en enfrentarte a una distancia que conoces pero que nunca
podrás controlarla del todo y cualquier exceso, cualquier error, en
el momento que bajes la guardia, esa distancia recuerda su origen
salvaje y bélico y te vence.
Por suerte, esta vez no fue el caso. Ni Olga ni yo sucumbimos a ella
y le volvimos a ganar: 4-0 y vamos a por la manita.