Mons se preguntaba hace unos días qué le llevaba a uno a
madrugar y coger el coche para recorrer cientos de kilómetros para correr en
una clásica. La pregunta tenía miga. Y de eso me acordaba yo el sábado por la
mañana, poco antes de que sonase el despertador. Los fines de semana son
nuestro momento de salida, como sabéis, y nos da igual madrugar un poco con tal
de poder salir un rato a pedalear por el monte. Poco me imaginaba, este sábado,
de que poco después me iba a acordar de ese pensamiento y de ese recuerdo de la
pregunta de Mons.
A las 8 de la mañana decidimos salir un grupo de amigos de
Helsinki-Milan. La semana había estado lloviendo, pero ya desde el martes
sabíamos que el sábado por la mañana el sol brillaría al menos hasta las 12, de
forma que ya teníamos pensado que salíamos, y el viernes se decidió la ruta.
En principio bonita, subir el Guadarrama hasta cerca de
Brunete, allí subir hasta esta localidad para luego ir por los montes hasta Navalcarnero
y volver por sus pinares hacia Móstoles y Alcorcón, acabando por la vía verde
que vimos en la salida jarrista de la semana pasada. En principio.
Ocho de la mañana, buena luz, casi asoma el sol ya, hace
frío pero no demasiado, y el cielo está despejado. Y allá vamos. La ruta se presenta
con charcos en su inicio. No es raro, ha llovido mucho durante la semana y a las
tres de la mañana aún llovía. No hay problema, se esquivan y listo. La idea es
ir paralelo a la M-50 hasta poder girar a la izquierda en busca del río
Guadarrama. Y es en esas pistas paralelas a
la autopista, que siguen el terreno de colinas que la carretera atraviesa en
trincheras, donde empieza la fiesta. Son pistas con subidas bruscas y bajadas
rápidas, entretenidas, ya probadas y trilladas… pero en seco. Ahí comienza la
aventura. Pistas que suben y en las que las ruedas se hunden hasta parecer que
has pinchado, y que cuesta subir el doble. Pistas que bajan y en las que vas
despacio porque la bicicleta se desvía y amenaza con tirarte al suelo.
Ya cerca del río la situación sigue igual, aunque el paisaje
es precioso (bosque de ribera y pinar, todo junto al lodazal). Allí paramos a
hacernos la primera foto, después de vadear un arroyo con más barro que agua…
Cerca de Brunete las cosas empiezan a mejorar. Mi desviador
delantero decide empezar a tocar música junto a la cadena. Raro, sin golpes,
sin tocarlo… pero con mucho barro y mucho cambio por el constante sube y baja. En
Brunete una paradita, toco un poco el cambio y durante diez minutos va como la
seda...
Pero a la salida de este pueblo nos espera el festival del
barro: pistas de subida en las que la bicicleta patina, se va a la izquierda, a
la derecha… Buscas por el centro, por las rodadas de tractor, de coche… Nada.
Más que MTB parece patinaje sobre hielo. En más de una ocasión estamos a punto
de irnos al suelo… Con el barro que llevamos encima poco se iba a notar, sólo
cambiar el gotelé por pintura lisa… Nunca había disfrutando así sobre la bici:
sufrir para recorrer cien metros en el tiempo que podrías haber recorrido un
kilómetro en seco. Lo reconozco, hasta ahora había disfrutado de la bici de
verano y de pronto se me presentó la bici del otoño-invierno. Y en esas rampas
me acordé de nuevo de Mons. ¿Por qué demonios se nos había ocurrido salir
habiendo llovido apenas cuatro horas antes y durante toda la semana anterior?
Inexplicable.
En esas rampas, camino de Sevilla la Nueva, además, mi
cambio decide que ya está bien y empieza a cantar a más no poder. La vibración
llega hasta el manillar y hay que parar a intentar hacer algo… pero no. El desviador,
enfadado supongo por el baño de barro, decide bloquearse (por suerte en el
plato medio) y ahí se queda. ¿Perspectiva? Ya llevamos una hora de retraso, con
un solo plato y la cadena rozando en el desviador, la lluvia de las 12 que
parece que sí va a cumplir el horario, y veinte kilómetros aún por delante.
Rubén anima… todo es cuesta abajo…
El camino sigue con una subida muy bonita hacia Navalcarnero…
salvo por el barro, claro, que hace que a veces sea mejor ir por el campo de
pinos que hay junto al camino. Por suerte la Merida tiene un plato medio muy versátil, pero las subidas se hacen a pierna pura que machaca la rodilla izquierda... El camino muy bonito, sí… pero volveré en seco.
Llegados a los pinares de Navalcarnero, además, la rodilla
derecha empieza a doler, Agustín se nos va al suelo al cruzar una arroyada donde
alguien decidió poner un lecho de cemento… Menos mal que no hubo daños graves y que llegar a casa fue
cuestión de dar pedales, sufrir un poco y que al final no nos llovió.
Total, una salida inolvidable. Un camino muy bonito, pero con
barro, barro, barro y algo de barro. Todo el barro el mundo, salvo el que nos
llevamos puesto. Y la Merida, en el trastero, esperando un hueco para ver qué
pasa con el desviador… ¡Maravillosos sábados de bicicleta!
Buenisma crónica !!!!! La bici a revisión ya jejejeje
ResponderEliminarFantástico Óscar!!! A ver si nos quedamos un sábado en casa a pasar la mopa eh!!!
ResponderEliminarEso los domingos, aunque reconozco que a veces Pilar no espera. Pero cuando llego me apuntó, eh? ;)
EliminarY pensaba que yo era quejica!!!! jajaja, que hubo barro en esa salida?? no me ha quedado claro....
ResponderEliminarAh!, ¿me he quejado?... Pues no me había dado cuenta... 😂😂
ResponderEliminarLos cursos de ajedrez son buenisimos pero propongo tambien unos cursillos de nuevas tecnologias para manejar bien el blog, etc..
ResponderEliminarEstoy un poco pez.
Doy fe oscar, hice tu misma ruta media hora antes. Joder el barro q había. Fue mi desayuno, en la boca se metió algo y todo....
ResponderEliminarPero bueno todo sea por estar en forma en verano y pulir a los maños jarreros
Alejandro
Si es que en realidad nos encanta el barro!!! jajaja buena crónica!!!
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